Este escrito está dedicado a una mujer joven, bella y luchadora que hace poco fue víctima de una agresión, perpetrada por los actores de la violencia creada por el Estado criminal que actualmente padecemos en Colombia.
Cuando uno ha crecido en alguno de los barrios altos de Medellín, se acostumbra a la bella panorámica de una ciudad que está rodeada y abrazada por muchas montañas. Dependiendo del lugar, a lo lejos, se puede observar el río, el Centro de la ciudad con su emblemático edificio Coltejer, el Metro, y dos majestuosos cerros. Cuando el día está soleado, los matices verdes de las montañas, los matices naranjas y grises de las construcciones, y el azul claro del cielo, crean todos juntos, un extraordinario paisaje de ensoñación. Pero al interior de esta bella ciudad, en los últimos 20 años se ha instalado la muerte.
Si algún extranjero ve alguna película, como La vendedora de rosas, La virgen de los sicarios, Sumas y restas o cualquier otra del mismo estilo, descubre que en Medellín han predominado y siguen predominado la muerte, las mafias, la inequidad y mucha hambre. Y claro, tal vez no encuentre con igual facilidad, la película donde pueda ver, que en Medellín la vida sigue con sus múltiples e inagotables fuentes, y que la esperanza y que la lucha, y que la resistencia a la tiranía, y que la construcción de colectivos que buscan la dignidad y la libertad, persisten… Pero por lo pronto, aquel extranjero sabrá que en Medellín aún se vive con mucha intensidad el temor que produce la increíble proximidad entre la vida y la muerte.
Como sé que muchas personas —algunas por ignorancia y otras por perfidia— piensan que “en Medellín y en Colombia todo está muy bien, aunque aún existen algunos malvados terroristas que persisten en ser malos,” y no sólo piensan sino que sostienen que esto es una especie de paraíso de “seguridad democrática” donde no existe ningún conflicto, voy a presentar brevemente los principales resultados de una investigación que realizó el Grupo de Investigación en Violencia Urbana de la Universidad de Antioquia, trabajo que se tituló: Homicidios en Medellín, Colombia, entre 1990 y 2002: actores, móviles y circunstancias y que se publicó en Río de Janeiro en el año 2005 en los Cadernos de Saúde Pública.
Se destacan pues los siguientes resultados de la investigación:
• En Medellín, entre 1990 y 2002, se registraron las mayores tasas de homicidios de toda su historia y de la historia del país.
• En Medellín, entre los años 1990 y 1999 hubo 45.434 homicidios y 9.931 de 2000 a 2002, para un total de 55.365 en los 13 años. El menor número de homicidios se presentó en 1998 con 2.854, y el año con la más alta tasa fue 1991 con 6.658.
• Los hallazgos muestran que la situación de los homicidios en Medellín no ha cambiado desde la década de los ochenta. Su comportamiento se mantiene persistentemente elevado, aunque haya descendido a la mitad entre comienzos y finales de los noventa.
• Los más afectados por los homicidios siguen siendo los hombres jóvenes, menores de 35 años, residentes en los barrios pobres de la ciudad, de estratos socioeconómicos bajos, donde predomina el desempleo o el empleo precario asociado a bajo nivel educativo y en donde la presencia social del Estado, con políticas sociales, es insuficiente o inexistente.
• En Medellín el homicidio es la primera causa de morbimortalidad desde hace 20 años y sus tasas de mortalidad superan las de grandes capitales de América Latina.
Y finalmente dos figuras que dicen más:
Hasta aquí la referencia a esta investigación. Sigo con mi disertación. Lamentablemente no tengo las cifras del 2003 al 2009. Pero para nadie es un secreto que la violencia en Medellín pervive. Es cierto que hubo un tiempo de aparente calma, pero eso sólo fue un monopolio de la violencia paramilitar. Hoy día las mafias se están reacomodando y la muerte volvió a rondar con frecuencia las calles de Medellín. Las persecuciones entre mafiosos, que parecen de película, han vuelto a aparecer, las balaceras a cualquier hora del día, y en nuestros barrios, aún en los fines de semana, los paramilitares cobran su módica extorción de 2.000 pesos en cada casa.
Pero Medellín no tiene una violencia endémica, ni una maldición, ni está habitada por personas genéticamente agresivas, ni nada parecido. Simplemente nuestra ciudad ha estado enferma de inequidad e injusticia social. La vida mafiosa vino después y se incorporó cuando encontró un territorio de mayorías que vivían en la miseria, un territorio propicio para fundar la mayor degradación social.
Los problemas de Medellín sólo pueden ser entendidos en el contexto general de la historia de Colombia. A grandes rasgos, se puede decir que Colombia, primero fue un sueño de unidad y libertad de Simón Bolívar, un sueño que muy pronto se frustró. Después del Libertador, Colombia ha padecido una larga hegemonía de gobiernos mezquinos, los gobiernos de una rancia oligarquía que se adueñó de las riquezas del país y que a lo largo de casi ya 200 años, ha creado la mayor exclusión social y la mayor violencia posible. Colombia ha sido un gran territorio donde unos cuantos se adueñaron de la tierra para sostener sus privilegios, luego instauraron unas tiranías que cínicamente han nombrado democracias. Solamente una vez, en un hombre llamado Jorge Eliecer Gaitán, el pueblo pudo tener la ocasión de tener un gobernante que se pusiera al servicio de la felicidad de todos. Pero la oligarquía, seguramente en asocio con la criminalidad norteamericana, mató a aquel hombre del pueblo… Después siguieron los tiranos, desde el despreciable y fascista Laureano Gómez hasta el despreciable y fascista de hoy Álvaro Uribe Vélez. Después de los años 50 del siglo XX, las cuatro ciudades principales se masificaron a causa de los grandes desplazamientos de la población que huía del terror oficial y de la pobreza vergonzosa en el campo.
Así, Medellín como las otras ciudades, dejaron de ser los posibles centros de desarrollo, para convertirse en los centros de la concentración de la inequidad y la exclusión social en Colombia. Aparecieron los primeros barrios de invasión y la villa apacible de comienzos del siglo XX desapareció. Después por causa del puritanismo norteamericano y su tendencia belicista, se creó el tráfico de drogas, y la sociedad colombiana, fracasada en la vida material y económica, acogió un estilo de vida mafiosa. Entre otras cosas, sin ningún pudor, dado que los políticos del bipartidismo, a lo largo de los años, demostraron no tener un mínimo de vergüenza, nunca enseñaron con su experiencia algún respeto por la ética, y así el marginado no vio nunca ningún ejemplo de laboriosidad y honestidad. Grandes sectores de la población, ya por la supervivencia, ya por la ambición, se prestaron a las actividades del dinero fácil. Y de esta manera la violencia liberal y conservadora de los abuelos —que se originó por la misma deuda social y por el autoritarismo estatal— fue prolongada en las ciudades por una violencia urbana, por una vida mafiosa que con el tiempo tomó unas dimensiones extravagantes, y que completó la tragedia de nuestro prolongado conflicto armado nacional.
Todos los que hemos vivido en Medellín en los últimos 20 años, hemos sido testigos de bombas en el Centro de la ciudad, de estaciones de policía explotando en el aire, de sicarios motorizados, de balaceras en casas, calles, esquinas y en discotecas, hemos sido testigos de jóvenes sin educación, de jóvenes sin estudio, de gente con hambre, de casas de cartón, de “chirretes”, de nuevos ricos arribistas, mafiosos y extravagantes, de plazas de vicio…. De todo esto hemos sido testigos. De la escandalosa violencia de Pablo Escobar, pasamos a la lucha territorial entre milicias y paramilitares, también a la criminalidad estatal que ha creado los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez: desaparecidos, ejecuciones extrajudiciales del ejército. Pasamos a la ciudad del miedo, la ciudad dominada por el control paramilitar… Luego otra vez, la re acomodación de las mafias. Hemos visto y seguimos viendo la muerte pasar en Medellín… pero no la muerte natural de los viejos, ni la muerte de la inevitable enfermedad, sino la muerte de la mafia y del hambre.
La oligarquía paisa se ufana de haber “superado” la vieja clase política tradicional con las “transparentes y eficientes” administraciones de Fajardo y Salazar, pero ellos sólo alcanzan a ser las caras bonitas del sistema. Con sus administraciones, las condiciones aberrantes de inequidad e injusticia siguen intactas. Los gobiernos nacional y el local no han logrado crear una ciudad segura, o lo que es peor, sus estructuras mafiosas prolongan la muerte en Medellín. Es decir, o los alcaldes del Área Metropolitana del Valle del Aburrá son actores permisivos de la vida mafiosa, o son incapaces de gobernar y ejercer control en sus ciudades. Medellín es la prueba fehaciente de que la llamada “seguridad democrática” es una estafa y una manipulación, para prolongar un régimen mafioso, oligarca y excluyente.
Acá estamos, en Medellín, entre la vida y la muerte.
En ocasiones pienso, que hubiese sido mejor quedarme con la bella imagen de la ciudad que veía desde lo alto en el barrio, en la montaña.
Pero la vida no nos da tregua y al contrario nos desafía a luchar por nuestra trágica ciudad.