El proceso sudafricano suele invocarse en Colombia como referencia para el establecimiento de una comisión de la verdad y la adopción de medidas blandas para los perpetradores que confiesen y declaren públicamente lo que saben.
La invocación siempre me ha parecido problemática debido al contraste que existe entre los contextos históricos y políticos de los dos países, y sus culturas.
Recientemente, he tenido el privilegio de dialogar con uno de los protagonistas del proceso sudafricano: Albie Sachs, un hombre ya mayor, exjuez de la Corte Constitucional, quien no tiene problema, una y otra vez, en presentarse como guerrero (freedom fighter). Lleva la marca de la violencia: además de las cicatrices forjadas por su encarcelamiento, las fuerzas sudafricanas, mediante un atentado explosivo, le arrebataron un brazo, pero no su vida ni su espíritu. Este guerrero de la libertad ríe, incluso de sí mismo, y apasionadamente argumenta a favor de los derechos humanos como un ideal que produce justicia, meneando agitadamente el pequeño moño que dejó la bomba.
Afirma que su dulce venganza es el afianzamiento de la democracia y la libertad en Sudáfrica.
Al describir su ejercicio como magistrado, habla de subversión y de justicia haciendo alusión, sin vergüenza, a su pasado en la guerra. Hoy, rechaza categóricamente la violencia y espera que nadie tenga que volver a sacrificar todo lo que sus camaradas sacrificaron para lograr el cambio en Sudáfrica.
Este viejo sabio es indudablemente un ser especial; no lo deja a uno intacto. Discrepo de algunas de sus posturas, pero ha desafiado mis creencias.
*Foto tomada de internet
Me ha hecho reflexionar sobre lo que se requiere para promover un proceso de paz exitoso. El resultado de sus reflexiones no son grandes verdades ni fórmulas reproducibles, pero sí discernimientos vitales que ilustran que tenemos un largo camino por recorrer para conseguir la paz en Colombia.
La nueva Sudáfrica es producto de la inclusión, de un quiebre radical con las formas del pasado, y de un sentido de pertenencia y de responsabilidad de todos con el cambio. Sachs reconoce que ni la justicia ni la equidad han cobijado a todos los sudafricanos, pero destaca vehementemente que la sociedad cambió, que el gobierno cambió y que los sueños cambiaron. Sudáfrica vivió un momento fundacional. Todos, en la sociedad –los opuestos, los del medio, los apáticos, los poderosos, todos– experimentaron el cambio: el apartheid fue desterrado.
Ese cambio no fue producto de una alianza entre élites ni de las confesiones en la comisión de la verdad; estas fueron herramientas necesarias pero no suficientes para lograr el cambio. El cambio fue posible mediante un complejo proceso social y político que involucró a todos. Los pactos, los desacuerdos sin violencia y las expresiones de tolerancia más importantes tuvieron lugar en el seno de la familia, el barrio, el trabajo, los pueblos y las ciudades. El balance del proceso nunca fue estable y tan solo dio inicio a la lucha por la justicia, sin violencia. De manera fundamental, para Sachs, esa lucha tiene lugar en un escenario cambiado: la nueva Sudáfrica.
¿Será que en Colombia hemos dimensionado todo lo que tiene que cambiar para empezar a construir la paz? Mi percepción es que se habla poco del cambio, que se cree que los únicos que tienen que cambiar son los guerrilleros y que, si seguimos así, todo seguirá igual, en guerra. ¡Espero equivocarme!