*Foto tomada de El Colombiano
El temor de quienes dan fe de la experiencia paramilitar en Antioquia es que el fenómeno se extienda como expresión política de un peligroso sector mafioso interesado en detener el proceso de paz.
El paramilitarismo en Antioquia, en su versión más acabada, remonta sus orígenes a los años 70, con la creación del movimiento Muerte a Secuestradores (MAS), con el que el famoso Clan de los Ochoa, uno de los más representativos carteles del narcotráfico, respondió al secuestro de la hermana de uno de sus jefes.
Casi en forma concomitante, aparece el grupo Los Vengadores, inspirado por el capo Fidel Castaño, para responder al secuestro de su padre. Y en forma similar, en otra región del departamento surge Muerte a Revolucionarios del Nordeste, como reacción a la muerte violenta del padre del hoy senador de la República, Álvaro Uribe Vélez.
En el caso del papá de Uribe, nunca se establecieron con claridad los móviles del homicidio, que el senador atribuye a las FARC, pero que en la región muchas voces lo explican por rencillas entre narcotraficantes y a una deuda sin saldar por parte de la víctima.
De todas maneras, los grupos paramilitares tuvieron su mayor auge bajo la administración del entonces gobernador Uribe Vélez, que buscó institucionalizarlos a través de las denominadas cooperativas Convivir.
Todo ese andamiaje delincuencial, antes que acabarse, por el contrario, ha perdurado y se ha sofisticado. La famosa desmovilización paramilitar resultó una ficción. Cuando se habló del tema, los jefes paramilitares reclutaron una cantidad de desadaptados, delincuentes y mendigos, a quienes ofrecieron una suma para que vistieran uniforme y les entregaron armas viejas para que posaran en la foto de la desmovilización. De contera, les ofrecieron la posibilidad de recibir un estipendio por su condición de desmovilizados, que la ciudadanía pudo comprobar en las filas que mes a mes hacían a las puertas del Banco Agrario.
Esas estructuras supérstites viven una paulatina metamorfosis y presentan características nuevas ante los ojos de quienes se interesen en estudiar este fenómeno. Por la forma en que han penetrado la economía local, como vimos en nota anterior, varias personas consultadas por este semanario coinciden en señalar que ya le disputan al Estado su condición de primer empleador, en lo que a la capital antioqueña se refiere.
Mando centralizado
Pero además, insinúan la existencia de un mando centralizado, que no ha optado por una fusión completa de las denominadas bandas y combos, pues persisten diferencias y contradicciones entre ellas, pero sí una especie de ‘federalización’ de su accionar, bajo un solo eje de dirección.
Y a esa estructura superior han llegado personas relativamente jóvenes, ya no el tradicional ‘traqueto’, drogadicto y ambicioso desaforado, sino individuos que tienen una formación académica importante, con influencia dentro de las estructuras de la economía y la política local, y que seguramente van a expresar un pensamiento político, en la medida en que extiendan su proyecto al resto del país, como lo insinúa su lenta pero segura expansión.
Otra particularidad es que ya esta expresión paramilitar no se quiere meter tanto en el narcotráfico sino en la economía. A algunas de estas estructuras les resulta más rentable el control del comercio a distintos niveles que la distribución de marihuana, por ejemplo. Hacen el cálculo de que se mueve mucha plata y sin tanto riesgo de que los señalen por una actividad ilegal.
Por ejemplo, en el manejo del presupuesto participativo en Medellín, se sabe que una parte de ese presupuesto lo discuten las comunidades. Se contrata con las juntas de acción comunal y las juntas administrativas locales y viene la distribución de partidas. Las estructuras paramilitares copan estas juntas de expresión popular y reciben los contratos.
Licitando
De esta forma el paramilitarismo se beneficia al recibir la partida para las obras y se da el lujo de contratar a quienes las ejecuten, profesionales que también entregan a la organización paraca una ‘tajada’ de lo que reciben. Además, consiguen licencias para construir grandes conglomerados, proyectos sofisticados y en un tiempo récord construyen un bloque de apartamentos, sin zonas verdes, sin parqueaderos, pero demuestran que son capaces de cumplir y tienen los recursos.
Se habla en Medellín de que la dirección suprema del paramilitarismo reposa en la que se denomina la ‘Junta de los Seis’, con vínculos en la industria, el comercio, el gobierno y los partidos tradicionales.
Lo preocupante es que este proyecto no se circunscribe solamente al área metropolitana. En realidad copa los municipios del Valle de Aburrá. En la región de Urabá, hay una retoma del paramilitarismo. Lo mismo en la extensa región del suroccidente antioqueño. Habitantes de Cúcuta informan a este medio de comunicación que en esa ciudad el control paramilitar es total, con la particularidad de que quienes lo ejercen son los mismos grupos antioqueños.
En el resto del país
En el Magdalena Medio se presenta una situación similar. En extensas áreas del departamento del Vichada, pululan los retenes paramilitares, que ejercen un control total sobre la población. La situación se repite en extensas zonas del Chocó y el Pacífico. La extraordinaria militarización de Tumaco, por ejemplo, no ha conseguido detener la acción de estos grupos.
La revista Semana, en su edición 1703, presentaba un extenso informe sobre redes de microtráfico, robo a residencias, vehículos y explotación sexual, que operan en Bogotá y Suba, bajo control de una banda denominada Los Paisas, provenientes del municipio de Bello, en Antioquia. Se sabe que en el caso de Bogotá, zonas como Corabastos, los sanandresitos y Ciudad Bolívar están copadas por estructuras paramilitares.
En el caso de Antioquia, nadie duda de que el ex gobernador Uribe Vélez no es ajeno al accionar paramilitar. Esto es bueno traerlo a colación, porque la expansión de este fenómeno insinúa un proyecto político a escala nacional. En lo que al Centro Democrático se refiere, la consigna que se han trazado es alcanzar la mayoría de curules en concejos municipales y asambleas departamentales. Mientras en paralelo avanza el proyecto paramilitar. ¿Hay concomitancia entre los dos? ¿Buscan sabotear el proceso de paz? ¿Repetir el martirologio de la Unión Patriótica una vez los líderes de las FARC se reincorporen a la vida civil? Al menos, de eso se habla en Antioquia.