Llega diciembre y muchas de las casas de Medellín se encienden con cientos de bombillitos de colores y adornos vistosos, que avisan que entramos en el último mes del año y que pronto llega la navidad. Esa época que para muchos significa unión, amor familiar y esperanza.
Al mismo tiempo llegan prácticas un poco aberrantes como la quema de pólvora, que en lo que va corrido de noviembre ha dejado ya más de 20 quemados, llega la tan mencionada alborada, que para algunos da inicio a las celebraciones decembrinas. La Alborada en Medellín no es una inocente tradición, tampoco es un símbolo de alegría, al contrario recuerda los cientos de muertos que han caído en esta ciudad, los ríos de sangre que han bajado por las angostas calles de los sectores más populares, los desaparecidos que dejaron vacío en el corazón de sus familias y las mafias que aún siguen latentes. Es una apología al paramilitarismo.
Fue el 26 de noviembre del año 2003 cuando el Bloque Cacique Nutibara, dirigido por Diego Murillo Bejarano, alias Don Berna realizó su falsa desmovilización. Durante los siguientes cuatro días, los desmovilizados, siguiendo órdenes de Don Berna se armaron con un arsenal de pólvora y en la madrugada del primero de diciembre la detonaron como muestra de su reinserción a la vida civil, pero más allá de esta “celebración” fue una muestra que permitió ver en qué territorios de la ciudad tenían mayor fuerza, una forma de decirnos; ¡Aquí seguimos!, como ha quedado demostrado a lo largo de estos años.
Otros habitantes de la segunda ciudad más importante del país recuerdan como la Alborada se inició mucho antes de la desmovilización de los paramilitares, data desde la época de Pablo Escobar; sus trabajadores quemaban pólvora al llegar diciembre, para “celebrar” que habían llegado vivos al último mes del año, de allí que algunos atribuyan este evento a una práctica mafiosa.
Lo triste de esta alborada ha sido ver como las conductas de unos pocos se han convertido y han resignificado las tradiciones ancestrales de los antioqueños, como estas celebraciones irremediablemente están ligadas a la historia de violencia que por décadas ha sufrido la ciudad y el departamento, como en nuestros territorios se siguen disputando el poder de controlarnos en su totalidad. El paramilitarismo en Medellín no se ha terminado como en muchas ocasiones lo ha mencionado el Estado, el paramilitarismo en la ciudad de la eterna primavera se ha reinventado, se ha reorganizado y se ha rearmado, sigue siendo el flagelo de todos, sigue cobrando cuotas de sangre, de desplazamiento, sigue decidiendo por nosotros hasta que arepas podemos comer, pero sobre todo sigue recordándonos que en este pueblo son pocos los que tienen memoria.
Es vital hacer memoria, resignificar las celebraciones, desaprender, tener nuevas tradiciones que estén marcadas por hechos de paz, y no aquellas que se han configurado en la guerra. De la misma forma es importante pensar en un medio ambiente sano, en lo inmediato y a largo plazo, ha quedado demostrado de muchas formas el impacto negativo que la pólvora tiene en el aire, en el medio ambiente, en la salud de todos los habitantes y en las mascotas, que al igual que los humanos viven intensos episodios de contaminación auditiva por estos días.