Tomado de: Periferia Prensa Alternativa.
Edición No. 76
“Los Papitos”, como son conocidos Luis Enrique Roldán y María Serna, no recuerdan cuánto tiempo ha pasado desde que se juraron amor infinito en el primer intercambio tímido de miradas, y hasta los años que se ocultan bajo los pliegues de su piel se han diluido en sus memorias. Sin embargo, sus anécdotas obligan a retroceder a grandes zancadas en la historia nacional hasta llegar a la distante juventud en la que efervescían con los discursos de Jorge Eliécer Gaitán, a quien creían capaz de ofrecer soluciones reales al real problema del hambre y la miseria que campeaba por los campos y ciudades colombianas.
Después llegó La Violencia y la matanza entre liberales pobres y conservadores pobres, distanciados apenas por los colores de sus banderas y por los grandes líderes de sus partidos que alimentaban el sectarismo. Comenzó el éxodo de pueblo en pueblo, hasta que llegaron al barrio Moravia –el ‘morro de basura’ de Medellín– en el que compartieron sus precarias condiciones de vida con cientos de familias que, como ellos, fueron desplazados y comenzaron a asentarse allí desde finales de los años setenta. Muchas de ellas se dedicaron a la recolección y reutilización de basuras y, posteriormente, al reciclaje, cuando no estaban defendiendo de la Fuerza Pública su derecho a la vivienda o rearmando los ranchos de plástico y cartón que les echaban al suelo sin mayores reparos o intentando extender redes artesanales de electricidad o lidiando con el desempleo y la pobreza, su hermana siamesa.
Pese a las dificultades, los habitantes de Moravia se fueron adaptando a las durezas de la vida en el basurero. Mientras los más jóvenes reciclaban o trabajaban en diferentes actividades en el centro de la ciudad, Luis Ernesto y María Serna, ya muy viejos para dedicarse a la recolección de basuras, la construcción, el servicio doméstico o la lavandería –los oficios de sus vecinos–, se levantaban temprano y caminaban tomados de la mano hasta la Terminal de Transportes del Norte pidiendo limosna. Lo que conseguían les alcanzaba apenas para algunos alimentos, pero siempre agradecieron la solidaridad de quienes les brindaban una moneda o un poco de comida.
En el año 2010 volvieron a ser expulsados de su casita ubicada en el sector El Morro, una zona en alto riesgo por la presencia de gases y lixiviados, de acuerdo a las autoridades competentes. Desde 2006 la Administración Municipal, cobijada por la resolución del Ministerio del Interior y Justicia No. 31 del 28 de junio de ese año, donde se declara la “situación de calamidad pública en el municipio de Medellín”, ha venido expropiando y desalojando forzosamente a miles de familias[i], llevándolas a distantes lugares de la ciudad donde no sólo se han triplicado sus gastos en el pago de servicios públicos domiciliarios y transporte, sin aumentar un ápice sus ingresos, sino que han tenido que enfrentarse a las guerras entre combos enemigos que fueron trasladados al mismo edificio.
Ya muchos habían sido expulsados de sus hogares cuando un día Luis Ernesto y María regresaron de hacer su ya rutinario recorrido y encontraron “todas las cositas afuera”. Lo que les dijeron fue “ustedes van pa’ la rajadura de Moravia”.
Quien quiera que les estuviera dando la noticia, se refería a La Herradura, un proyecto habitacional ubicado en la Curva de la Virgen, entregado por el ex alcalde Alonso Salazar el 10 de abril de 2010 para solucionar el problema de vivienda de 180 familias del Morro de Moravia.
La vida en La Herradura
Para Luis Ernesto y María el traslado al octavo piso[ii] de La Herradura no ha sido una solución, sino un pesado lastre. Mientras meses atrás sólo debían tomarse de las manos y cruzar el puente peatonal para llegar a la Terminal de Transportes del Norte, donde algunas personas generosas les ofrecían alimentos o una moneditas; hoy deben subir y bajar las escalas del edificio en el que viven, sin la posibilidad siquiera de agarrarse de las barandas porque de muchas sólo queda el rastro de lo que una vez fue, y otras están desajustadas y herrumbrosas.
Pero después de este obstáculo les espera lo peor: una larga caminata de La Herradura a la Terminal, con sus piernas artríticas y sus visiones nebulosas.
La situación ha empeorado desde que fueron atropellados, hace unas semanas, mientras recorrían su habitual trayecto hasta la Terminal. En la Curva del Diablo, conocida por los frecuentes accidentes que allí suceden puesto que carece de andenes para los peatones, los Papitos tuvieron que tirarse a una zanja intentando evitar que un bus de servicio público los dejara extendidos sobre el pavimento. María no sólo se lastimó en la caída, sino que el carro alcanzó a golpearle la cadera. Al llegar al centro médico, debieron someterla a una cirugía de la que aún no se recupera.
Dicen los vecinos que María ha sido una de las pocas afortunadas que “todavía está contando el cuento”, tras la cantidad de accidentes que ocurren en este punto. Han sido muchas las quejas y las solicitudes de los habitantes del sector para que la vía y las aceras sean organizadas, especialmente desde que fue construida La Herradura, pero aún no hay pronunciamientos ni acciones al respecto.
Desde aquel día son reclusos en su propio apartamento, no se atreven a salir, María porque no aguanta el dolor en la cadera y la pierna, Luis Enrique porque sus ojos ya no le permiten ver imágenes ni medianamente nítidas. Afortunadamente algunos vecinos se han solidarizado y les llevan alimentos, pero los servicios de agua, gas y electricidad se les han convertido en un problema. Antes alcanzaban a recoger algún dinero para comprar la tarjeta prepago de luz, pero ahora ven apagarse las pocas posibilidades que les quedaban.
Como muchas otras familias que fueron expulsadas de El Morro y trasladadas a esta unidad residencial, María y Luis Enrique se quejan de las humedades que abundan en el edificio, de los daños en las tuberías y en los ductos de desagüe, de las grietas en los muros, del poco grosos de los muros.
“Esa casa es un chicharrón, el que hizo esto lo hizo de mala gana”, afirma Luis Enrique bajando la voz para agregar: “a mí me da pesar que un hombre le esté pegando a una mujer, y eso es lo que se ve aquí. Y nosotros escuchamos todo”. Y es que resulta que los muros son apenas unos paneles delgados que logran dividir las propiedades, pero que no fueron pensados para conservar la intimidad. “uno escucha las peleas de aquellos, el traqueteo de la cama de los otros, la pela que los de más allá le meten al niño, todo se escucha”.
En vista de que no hay espacio para que los niños jueguen, es natural encontrarlos con sus chécheres en medio de los corredores, o corriendo por los oscuros y húmedos pasillos.
En la parte que linda con el proyecto de ampliación de la Regional Norte, la Administración Municipal está terminando de construir un parqueadero y en un pequeño extremo, entre los árboles, donde los niños no pueden ser vistos desde los balcones de los apartamentos, un parque con juegos infantiles. “¿Para qué un parqueadero si la mayoría no tenemos ni para el pasaje de bus, menos para conseguir carro?”, comentan los habitantes de La Herradura en las reuniones de la Mesa de Vivienda y Hábitat de la Comuna 4 alrededor de la cual se han estado reuniendo con el propósito de encontrar salida a los múltiples problemas con los que cuentan los pobladores.
Esta situación se ve agravada por los problemas respiratorios que vienen sufriendo especialmente los niños y ancianos a causa de la asfaltadora que tienen al frente. “Todo el día hace ruido y todo el día echa humo. No hay un momento de tranquilidad”, asegura Luis Enrique.
Algunas familias han cuestionado que los expropiaran de Moravia porque, después de veinte o treinta años viviendo allí, los gases emitidos por la montaña de basura fueran nocivos para su salud, pero la Administración aún no se pronuncie frente al tema de la Asfaltadora Colombia y las quejas de los habitantes de La Herradura al respecto.
Con la mirada perdida en la humedad del baño, en los cartones que cubren el ventanal roto, en la ropa vieja arrumada contra las paredes, en los ojos de Luis Enrique, María evoca la vida en Moravia, las navidades con los vecinos, las caminatas tomados de la mano hasta la Terminal, los dolores difíciles de localizar que llegaron con la senectud y los cuidados mutuos, el hambre padecido durante largos días y la lucha –a pasos cada vez más pequeños– por la sobrevivencia. “Nuestra casita en El Morro era muy buena, una piecita apenas para nosotros dos, pero era en primer piso y teníamos un pedacito al frente para poner unas maticas, y los vecinos eran muy queridos (…). Si a mí me hicieran caso, yo le pediría a don Aníbal que nos de una casita de primer piso así sea de tierrita, y pequeñita, y una colchonetica pa’ los dos, con un pedacito de tierrita pa’sembrar unas florecitas. No importa que no nos den trabajito, nosotros salimos a pedir pa’ la comidita”.
[i] De acuerdo a datos del Instituto Social de Vivienda y Hábitat de Medellín (ISVIMED), para febrero de 2012 alrededor de 1.500 familias habían salido del Morro. No obstante, los pobladores de Moravia aseguran que aproximadamente 2.800 familias han sido desalojadas y ubicadas en las urbanizaciones La Huerta, La Montaña, Cascada (Ciudadela Nuevo Occidente), La Herradura y Los Álamos I y II (Comuna 4).
[ii] El edificio de La Herradura tiene nueve niveles: tres niveles por debajo del primer piso y seis por encima. De modo que en los documentos oficiales María y Luis Ernesto viven en el quinto, pero no, en realidad están en el octavo.