En la vereda La Solita, ubicada en el municipio de Campamento, norte antioqueño, la noche del 5 de junio de 1990 fueron asesinados 6 miembros de una misma familia. Dos mujeres, dos hombres y dos niñas de 8 y 11 años respectivamente, fueron las víctimas. La masacre fue perpetrada por miembros de las fuerzas armadas oficiales y paramilitares al servicio del grupo paramilitar “Los 12 apóstoles”, que según el testimonio del mayor retirado de la Policía, Juan Carlos Meneses, era comandado por Santiago Uribe Vélez y también recibían órdenes del cura Gonzalo Javier Palacios Palacios, quien era el ayudante de párroco de Yarumal. La CJL retoma los hechos para sacarlos del olvido, para contribuir a la memoria histórica y para luchar en contra de la impunidad en la que aún se amparan los autores del crimen, pues 20 años después, nadie ha sido condenado por los hechos.
Todo empezó el 18 de abril de 1990, cuando se cometió la masacre de Puerto Valdivia, Antioquia, en la que cinco campesinos fueron detenidos en la finca La Esperanza, por una patrulla del Batallón de Infantería Nº10, perteneciente a la IV Brigada, y posteriormente fueron torturados, asesinados y sepultado en fosas comunes para luego ser presentados como guerrilleros del frente número 18 de las FARC, abatidos en combate. Hechos por los que un juez penal militar dictó auto de detención contra ocho miembros de la institución armada presuntamente comprometidos, la providencia cobijó a los entonces capitanes José Castañeda Rubiano y Ricardo Rodríguez Aguirre, al subteniente Juan José Barriga, a los sargentos Iván Barriga, Hugo Sarmiento y Luis Alvarez y a los Héctor Mausa Silva y José Bacres.
La marcha tuvo represalias y a los pocos días en el pueblo empezaron a circular panfletos cuyo símbolo era una calavera, en los que se estigmatizaba a los pobladores de guerrilleros. Además, circularon listas negras con nombres de familias campesinas, entre las que figuraba la familia López, quien para entonces, al igual que los labriegos brutalmente asesinados, también vivía en la finca La Esperanza.
El desplazamiento y las amenazas
La amenaza contra sus vidas iba creciendo, al punto que la familia López se vio obligada a pasar las noches refugiados en el bosque, lejos de su rancho, y durante el día, a alimentar los animales que criaban a escondidas. Una tarde, antes de oscurecer, un carretero subió a avisarles que el Ejército ya subía para matarlos, entonces tomaron la decisión de abandonarlo todo y salir desterrados. Al anochecer partieron Marta María López Gaviria, de 35 años y su esposo Francisco; Luis Giraldo López Gaviría, de 48 años; Ana Yoly Duque López, de 11 años, Marta Milena Duque Gómez, de 8 años, Elvia Rosa Velasquez Espinoza, de 22 años, quien estaba embarazada y María Eugenia López con sus tres hijos menores de edad. En el camino se dividieron, María Eugenia partió a Medellín con sus tres hijos y Marta María se dirigió a al municipio de Campamento con el resto de la familia.
En Medellín, María Eugenia fue víctima de un allanamiento sin orden judicial por parte de miembros del Ejército de la IV Brigada en su domicilio ubicado en el barrio Pedregal, en el que no se le encontró nada, y días después recibió llamadas amenazantes a su teléfono fijo en el que le advertían “ya los tenemos ubicados”.
Además del episodio de Puerto Valdivia, María Eugenia también venía siendo hostigada por denunciar reiteradamente la detención y desaparición, el 28 de marzo de 1990, de sus dos amigos Olga Luz Echavarría Areiza, de 17 años, y Eliécer Pérez Morales, de 29 años, ambos militantes de la UP, quienes pretendían viajar desde Medellín a Tarazá . Sin embargo, hicieron un descenso del bus en Yarumal, Antioquia, frente a la Cooperativa de Trasporte Coonorte, ubicada en diagonal del Comando policial, allí, aproximadamente a las 11 de la mañana agentes de la policía del municipio los detuvieron y los ingresaron al comando, hecho que es confirmado por un tío de Olga que observó todo, y desde entonces no se supo más de su paradero.
La masacre
Marta María, ya se había establecido en el municipio de Campamento con el resto de la familia, aunque sabían que iba a ser de manera temporal porque presentían que pronto los encontrarían. Hacían una parada ahí porque Elvia Rosa acababa de tener el bebé. La parada se prolongo 2 meses y en esos días Darwin, de 8 años, el hijo de María Eugenia, viajó a Campamento a visitar a su abuela Marta.
El 5 de junio, María Eugenia recibió la llamada de Marta, su madre, en la que le informaba que ya se iban de Campamento, y que “habían conseguido una tierrita en Anorí, buena para vivir y trabajarla”. María Eugenia le preguntó que cuándo se pensaban ir, y la madre le contestó que ese mismo día y que lo harían antes de que aclarara, o de que amaneciara, para que nadie los viera partir y así nadie sabría que se irían ni para dónde.
Esa noche, todos se acostaron temprano menos Marta que estaba ultimando detalles antes de partir. A las 11 de la noche alguien tocó la puerta y una voz masculina, de forma grosera, pidió que le abrieran y le dieran comida. Marta respondió que ya era muy tarde y que no iba a abrir, fue cuando el sujeto se enojó y alguien arrojo un artefacto explosivo, al parecer una granada, al techo del rancho. La explosión se dio sobre la parte donde dormían Luis Giraldo López Gaviría, el hermano de Marta, y Hernán Quintero, un amigo de la familia.
El grupo armado ingresó al rancho y empezaron a disparar de adentro para afuera, en ese momento se dieron cuenta que había un sobreviviente, era Darwin, el hijo de María Eugenia. El niño escuchó que una voz dijo “qué hacemos, mi cabo, lo matamos pa’ no dejar sobrevivientes”. A lo que el cabo respondió: “No porque necesitamos un testigo que diga que fue la guerrilla la que los mató”.
Darwin, de 8 años, fue sacado del rancho y como escuchó el llanto del bebé quiso ingresar de nuevo para sacarlo, pero lo golpearon, le arañaron la cara y lo encerraron en un baño que había afuera, mientras le seguían disparando a la casa con el bebé adentro. Darwin cuenta que había gente con el uniforme de la policía, con el uniforme del Ejército y de civil, incluso recuerda que había una mujer vestida de camuflado, apostada en el suelo y que “con una metralleta de esas que tienen trípode, disparaba a la casa”.
Según la versión de Darwin y los vecinos, los disparos dejaron de sonar como a las 2 de la madrugada. Los uniformados sacaron al niño del baño, y empezaron a irse caminando calmadamente, pero antes de partir, uno de ellos dijo: “se cumplió el objetivo mi cabo”, mientras que otro, entre risas, le dijo a Darwin: “si alguien pregunta quién hizo esto, diga que fueron los elenos”.
Cuando se fueron, Darwin ingresó al rancho a ver cómo estaba el bebé y lo encontró inexplicablemente vivo aunque tenía un pie herido por causa de las esquirlas de una granada. Al otro día apareció Francisco, el esposo de Marta, a quien la policía intentó detener y trasladar a Yarumal, municipio aledaño a Campamento, detención que fue impedida por el personero de este último municipio, y también llegaron los medios de comunicación y los encargados de hacer el levantamiento de cadáver.
María Eugenia no se enteró sino hasta el 8 de junio, dos días después, y fue leyendo la prensa la cual informaba de la masacre. Inmediatamente se trasladó a Yarumal, y empezó a buscar a los dos sobrevivientes en el hospital del municipio pues le habían informado que allí los tenían. Sin embargo, los niños aún estaban en la vereda La Solita a cargo de una vecina que se ofreció a cuidarlos.
Maria Eugenia no alcanzó a enterrar a sus familiares. No obstante, desde el día siguiente se dedicó a subir todos los días a Yarumal a averiguar el porqué del asesinato de su familia, pero solo escuchaba rumores como que los habían matado porque eran guerrilleros. María Eugenia sólo dejó de ir al municipio cuando la mujer que atendía una cafetería le advirtió que no fuera más a Yarumal, que ya la tenían reseñada, y que en el pueblo había un cura muy malo que ordenaba todos los crímenes de la zona, y eso incluía a Campamento, que no se buscara problemas.
Los doce apóstoles
La mujer se refería al cura Gonzalo Palacio Palacio, ayudante de párroco de la iglesia Las Mercedes de Yarumal. Años después, el cura fue capturado por sus posibles vinculaciones con “Los doce apóstoles”, el grupo paramilitar que se encargaba de perpetrar los asesinatos, las desapariciones forzadas y los homicidios por intolerancia social, mal llamados “limpieza social”, de Yarumal y Campamento. Sin embargo, no se inició una investigación eficaz que permitiera a la Fiscalía imputarle cargos a él,i a Santiago Uribe Vélez, o algún otro de los posibles involucrados con dicho grupo paramilitar, por lo que el sacerdote fue dejado en libertad.
Ya han trascurrido 20 años desde la masacre de Campamento y sus autores intelectuales y materiales no han sido investigados juzgados ni sancionados. Sin embargo, la familia en su incansable búsqueda de la verdad, y debido a la impunidad que impera en el país, optó por llevar el caso al conocimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, acción que realiza a través de la Comisión Colombiana de Juristas, que es la entidad que les representa en el caso.
María Eugenia López no quiere perdón y olvido, sólo quiere saber la verdad y que haya justicia. Tuvo la oportunidad de confrontar a unos de sus posibles victimarios. Supo que el cura Gonzalo Palacios daba misa en la iglesia San Joaquín de Medellín, ubicada en un barrio del mismo nombre, y se fue a buscarlo. Sólo 20 años después, el pasado 28 de mayo, pudo cuestionarle sobre la masacre de su familia, pero el párroco se puso notoriamente nervioso y le dijo que él no sabía nada y que preguntara en la fiscalía, que él era inocente.
No obstante, Maria Eugenia le recordó que a él lo habían arrestado el 22 de diciembre de 1995, y que le habían encontrado un revolver calibre 38 dentro de una biblia, fue cuando el cura, debido a su nerviosismo, primero lo negó, pero a los pocos segundos, algo desconcertado lo reconoció diciendo: “¿Y es que el que yo no puedo tener una arma? ¿Acaso el que yo tenga esta navaja significa que la voy a matar?, le dijo el sacerdote a Maria Eugenia haciendo ademan de sacar la supuesta navaja de los bolsillos del pantalón. El párroco dio por cerrada la conversación poniéndose la sotana y diciendo que el arma en cuestión se la había regalado “el general Pardo”. Para el momento de la masacre, el comandante de la IV Brigada era el general Gustavo Pardo Ariza, el mismo que fue destituido de su cargo por haber desobedecido la orden de tomarse la cárcel de La Catedral el día de la fuga de Pablo Escobar.
Agosto 2 de 2010
Comunicaciones CJL