“El fascismo, por más que quisiéramos, no ha desaparecido de la faz de la tierra”.
Héctor Abad Gómez, “Manual de Tolerancia”
Llegó la muerte e hizo su agosto. Ya en Colombia no nos alcanza el calendario para conmemorar tanta desventura. En sólo un mes segó de un tajo, a diestra y siniestra, vidas muy valiosas y significativas para nosotros. En este país se asesina hasta la esperanza, que se dice, es lo último que se pierde.
En un agosto y en otros de diferentes años llegó la muerte con su guadaña y fue cortando, como segando trigo, el humor y la alegría que representaba para nosotros la vida de Jaime Garzón. En otro fatídico agosto apagó esa luz de esperanza en un país mejor y más amable que significaba para nosotros Luis Carlos Galán, hace precisamente 20 años. Ignoramos cuántos líderes más: opositores políticos, estudiantes, sindicalistas, indígenas, campesinos, defensores de Derechos Humanos y grupos afines figuran como víctimas en esta cosecha de la muerte desde el nefasto Estatuto de Seguridad hasta la Seguridad Democrática.
Pero sin lugar a dudas, para nosotros los habitantes de esta ciudad, Medellín, internacionalmente conocida como la ciudad de las flores, de la eterna primavera, la tacita de plata, varios recuerdos dolorosos nos trae agosto: el 7 conmemoramos el décimo aniversario de Gustavo Marulanda, un joven filósofo de la Universidad de Antioquia. Un 23 la intolerancia cobró la vida de León Zuleta, filósofo también y defensor de muchas causas. Una fecha, especialmente triste y luctuosa, que siempre recordaremos ocurrió un martes 25 de agosto de 1987, hace 22 años cuando la parca con su afilada hoja curvilínea hizo su ingreso a la sede de los maestros y cortó primero, a las siete de la mañana, el hilo de la vida de Luis Felipe Vélez, presidente de la Asociación de Institutores de Antioquia, pero no contenta con su crimen, en la tarde, envía, al mismo lugar, a sus sicarios motorizados para que con sus siniestras armas de fuego asesinaran vilmente al médico, humanista y defensor de derechos humanos, doctor Héctor Abad Gómez y a su discípulo y amigo Leonardo Betancur.
Estos hechos lamentables, ocurridos en un mismo día rebosaron la copa del dolor y la impotencia. Para escribir sobre estas tragedias y dar testimonio sobre lo que sus muertes han significado para la causa de los Derechos Humanos, para sus familias, para sus organizaciones, para sus comunidades y para quienes fuimos directamente beneficiados de cada una de estas vidas admirables a través de su humanismo, solidaridad e inteligencia, no es fácil. Sería necesario que las lágrimas se pudieran teñir como la tinta y grabar sobre kilómetros de papel nuestros sentimientos y aún así nos quedaríamos cortos quienes carecemos de esa capacidad de traducir sentimientos a palabras para expresar todo lo que ellos representaron para la causa de los Derechos Humanos, su defensa y promoción. Sus posiciones contra todas las formas de violencia, contra la pobreza, contra la falta de oportunidades a todos los niveles y, especialmente por ese gran legado que como médicos salubristas nos dejaron y que aún sus victimarios ignoran.
De Eduardo Galeano en el “Libro de los Abrazos” encontré un párrafo de 10 renglones que resume el vil asesinato del doctor Héctor Abad Gómez, el cual transcribo a continuación y que considero vigente y válido para las muertes violentas a manos de sicarios, en esta patria doliente y afligida.
La vida profesional/1
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos
A fines de 1987, Héctor Abad Gómez, denunció que la vida de un hombre no vale más que ocho dólares. Cuando su artículo se publicó, en un diario de Medellín, ya él había sido asesinado. Héctor Abad Gómez era el presidente de la comisión de Derechos Humanos. En Colombia es raro morir de enfermedad.
– ¿Cómo quiere el cadáver, su merced?
El matador recibe la mitad a cuenta. Carga la pistola y se persigna. Pide a Dios que lo ayude en su trabajo.
Después, si no le falla la puntería, cobra la otra mitad. Y en la iglesia, de rodillas agradece el favor divino.