Joaquín Urrego es un hombre del campo, trabajador y líder comunitario, amante de su querido pueblo San Carlos, lugar al que la violencia proveniente de todos los sectores del conflicto no ha dejado descansar, desde su finca en lo alto de una colina fue testigo de cómo muchos de sus paisanos incluyendo a su hijo fueron montados a un carro escalera, en un viaje que jamás tuvo regreso. Joaquín tiene 82 años y es padre de una de las víctimas de aquella masacre. Esta es su historia.
“Desde mi casa se divisaba toda la carretera, esa parte donde ocurrieron las cosas, ahí vi cuando llego el carro escalera. La cosa comienza un día por la mañana, el carro que iba entrando para San miguel lo detuvieron y le bajaron toda la carga que llevaba. Desocuparon el carro, lo hicieron el ayudante y otras personas que habían ahí, los hombres que vestían uniformes militares eran los que daban la orden de donde “encarraban” toda esa carga, a la orilla de la carretera.”
“Luego de que ya bajaron la carga, en esas llego primero la escalera que venía de San Miguel. Llegó ahí y la detuvieron; también venía otro camioncito que era un “tres y medio” que provenía de otra vereda llamada Santa Inés, traía pasajeros. Los hicieron bajar a todos los que viajaban en los carros y empezaron a seleccionar. Las mujeres para allí, a usted fulano para allí y otros vea para acá. “
“Yo podía ver todo desde allá, porque de mi finca,a donde detuvieron los carros queda por ahí a unas ocho cuadras, pero como yo vivía alto y la vía era abajito eso permitía que se pudiera observar.”
Esa mañana cuenta Joaquín estaba despejada, los paramilitares seleccionaban a la gente que venían viajando desde las veredas hacía el pueblo en los diferentes carros, cuando ya completaron el grupo que querían, ordenaron a las demás personas volver a subirse a los carros y dieron la orden de devolverse a sus lugares de origen. Asegura Joaquín que “Los hicieron devolver porque ya tenían la cantidad de gente que se iban a llevar, a esos ya los tenían al pie de la otra escalera.”
“A eso de las 9:00 a.m. más o menos ya habían devuelto los otros carros para la vereda con la gente que no iban a llevar y ya por ultimo hicieron subir los que se llevarían en el carro escalera entre esos a Héctor mi vecino y a mi hijo Rubén. Se vio cuando le bajaron las carpas esas y dele para el pueblo, y ya no supimos nada más.”
Aunque las víctimas en la reconstrucción de hechos que han realizado y en su búsqueda de la verdad han señalado que habían retenes militares en la vía y que además en ninguno de ellos el carro fue revisado, Joaquín relata que “Aunque dicen que había retenes, desde donde yo estaba no se veía reten del ejército, ni de ninguna clase, solo los que estaban haciendo la “movención” con la gente. En el momento en que detuvieron los carros yo alcanzaba a ver unos seis u ocho hombres vestidos con uniformes verdes (Los paramilitares)”
“Ni Héctor, ni mi hijo Rubén estaban en los carros que venían de las veredas, ellos estaban en la casa de Héctor alistándose para salir a hacer las labores propias del campo. Mi hijo Rubén estaba de vacaciones allí en mi casa, porque él vivía en Medellín con unos tíos. Los primeros días que llegó los paramilitares se la aplicaron acusándolo de guerrillero. Como estaba de vacaciones Héctor le pidió el favor que le ayudara con un “desyerbe” por eso estaban en la casa de él que quedaba cerca a la mía alistando todo, cuando llegaron.”
Continúa relatando Urrego “Yo escuche a los dos paramilitares que fueron y caminaron hacía la casa mía, pero dijeron “Que vamos a ir a allá si son solo dos viejitos”, por eso fueron directamente a la de Héctor y le decían al finado Héctor “vístase y arréglese”, decían: “Tranquilos que ellos van a hacer un mandado y ya vuelven, no se demoran” le dijeron a la señora de Héctor y escuche muy bien cuando le dijeron al hijo mío “Hágase allá a la sombra del árbolito y espere ahí en el arbolito de pomos. Luego se los llevaron”
“Seguí mirando con más atención que antes para ver que hacían con ellos. Recuerdo que arriba de la carretera, en el lugar donde los paramilitares estaban hay una casa, arriba de Villa Roca, todavía está. Con algunas personas del pueblo, se cree que eso lo estaban planeando hace días y allá comentan que se encontraban colillas de cigarrillos, cosas de parva, mekatos, como que se metían allá a ver la movida de la gente.”
“A nosotros nos tocó ver como arranco el carro y a las dos o tres horas de haberse perdido, ya nosotros empezamos a sospechar que era que se los habían llevado en ese carro. Después, vine yo al pueblo por la tarde y ya estaba el comentario “Se llevaron un poco en el carro escalera encarpado” Pero no se sabía para donde.”
Algunos habitantes del pueblo y las veredas al ver que no aparecían las personas que se habían llevado emprendieron la búsqueda por grupos “Estuvimos en la búsqueda de primero, recién desaparecidos, yo me junte con la señora Yolanda, íbamos como 4 o cinco personas la señora mía, la mamá del finado Héctor y bajamos hasta la Holanda. La primera vez nos devolvimos porque nos dio temor.”
“La Holanda es una vereda, es el punto de partida de la carretera que va para el Jordán y la que viene para San Rafael, que coge la Vega arriba, se llama la Holanda, ahí fue donde nos devolvimos.” En el Jordán de acuerdo a investigación realizada en otros casos presentados en San Carlos y según algunas versiones de las víctimas, los paramilitares contaban con una base permanente, lo que permite ver la presencia constante e influyente de este grupo en la zona. “Nos dijeron que no siguiéramos o que no volvíamos a pasar con vida por ahí para arriba, entonces nos devolvimos y ya hablamos con la Personera y ella nos decía “Ya eso lo estamos averiguando”. Cuando a los trece días ya se dio la noticia de que los habían encontrado en las fosas comunes donde estaban.”
En esa ocasión el total de muertos fueron 13, Abelardo López Salazar, José Gustavo Loaiza Ceballos, Eider Alberto Arias Ramírez, Miguel Ángel Arango Mora, Pablo Emilio Martínez Santillana, Francisco Luis Moreno Salazar, Humberto Noreña Ramírez, José de Jesús Mejía García, Enrique de Jesús Vallejo Echavarría, Carlos Mario Vallejo Valencia, Henry León Vallejo Valencia, Héctor Rendón y Rubén Darío Urrego Zapata; hijo de Joaquín y quien al momento de los hechos tenía 17 años.
Durante el año 2004 en San Carlos se creó un grupo que pretendía realizar encuentros entre las víctimas y victimarios, allí participaron muy pocos familiares de las víctimas de la “masacre de la escalera”, pues la mayoría de ellas se habían desplazado a otros municipios, a Medellín o a otros departamentos. Joaquín quien para ese momento se había desplazado al caso urbano de San Carlos, fue de los que llegó a participar, él relata como en alguna ocasión los paramilitares que asistían a estos ejercicios de reconciliación afirmaron que pertenecían al bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia.
“El nombre real de los paramilitares no lo recuerdo en este momento, pero puedo recordar que ellos correspondían al “bloque metro”, de vista puedo recordar a algunos, quedé conociéndoles, pero su nombres me es difícil porque se hacían llamar de una forma y sus nombres de pila eran otros. A uno lo llamaban el “pavo”, otro el “pollo”, ellos tenían sus diferentes nombres. El Pavo se llamaba un negro el rebelde, otro se llamaba el pollo y había uno muy malo que lo llamaron el boquineto porque tenía un daño en la boca y ese dicen que fue uno de los más tremendos, lo llamaron el boquineto ese era del Jordán. Dicen de ellos que la mayoría están presos y los han llevado para Medellín, los retiraron de aquí del municipio.”
En el mismo grupo y en medio de los ejercicios también se les preguntó por los hechos de aquel 15 de abril del año 2000, pero sus declaraciones nunca dejaban conocer la verdad de este hecho, siempre fueron escuetas, solo en una ocasión relata Joaquín mencionaron el caso “Solamente uno de ellos intento reconocer que sí lo habían hecho. Menciono y dijo “no nosotros si hicimos esa masacre de la escalera, pero eso fue en unión con los de Magdalena medio” como quien dice de ambos grupos hubo gente en esas,” y continúa relatando “Lo que sí puedo yo decir es que los dos que subieron allá, los dos que fueron para la casa mía esos no los conocí yo, no estaban en el grupo de autodefensas aquí, en el grupo que hacíamos entre víctimas y victimarios.”
“Recuerdo también que en ese grupo donde nos encontrábamos con los paramilitares cuando les volvimos a preguntar por las personas que se llevaron el día de la escalera ellos dijeron, “No es que nosotros estamos acabando con los auxiliadores de la guerrilla”, ellos adjudicaron que todos los que íbamos por las veredas éramos aliados de las guerrillas.”
La presencia de los paramilitares en San Carlos era permanente, además de la mencionada base que tenían en el sector el Jordán, se les podía ver paseándose por el pueblo, realizando retenes o cualquier tipo de vejámenes en contra de la población civil, los habitantes del pueblo incluso podían reconocer quienes eran de la zona y cuales llegaban nuevos de otras zonas del país, “Yo los paramilitares de la zona los podía reconocer, los que fueron a mi casa no, los del pueblo estaba cansado de encontrármelos en los retenes, los podía diferenciar, conocía a el jefe”
Incluso después de la masacre cometida siguieron fuertes en la zona “Las personas del pueblo comentaban que al parecer lo que estaban haciendo era “limpiar” las veredas, es decir trayéndose todo lo que dejaron los desplazados, todas las casas las dejaron vacías.” Dice Joaquín
“Nunca les pude preguntar a ellos por mi hijo Rubén o por Héctor porque hablando francamente yo le cogí temor a esa gente, esa gente obraba muy mal, eso en el pueblo por cualquier cosa le daban. Esa gente se ponían a parrandear en el pueblo y por cualquier cosa lo trataban mal a uno o el que no les gustaba se lo alzaban y lo desaparecían.”
“Después de esa masacre los bombardeos se calmaron un poco, la guerrilla se había retirado de la zona estaban más bien la vereda habitada por autodefensas, los paramilitares entraban a robar en las casas, la vereda había quedado casi sola, de 36 familias ya solo quedaban 4 o 5.”
“Yo pienso que lo sucedido fue por esas acusaciones que siempre nos hacían en San Carlos, los paramilitares siempre pensaban que la gente del pueblo y las veredas éramos aliados de la guerrilla, hasta el Ejercito nos decía que debíamos saber por dónde caminaban ellos (guerrilleros), decían “Ustedes les tapan”. También creo que la acción fue realizada yo digo que eso lo hicieron por hacerse sentir como muy importantes por atemorizar la gente atemorizar más el pueblo.”
El Éxodo
La historia de Joaquín no solo está marcada por la ejecución de su hijo Rubén, este sancarlitano tuvo que vivir también el desplazamiento, abandonar su territorio y resistir “Después de los hechos me desplace al casco urbano y de ahí pase a un barrio llamado la Natalia, intenté irme para Medellín, incluso vendí unos animales que tenía para comprar una casa en el barrio El Pinar de Bello, cuando ya estaba listo con mi familia para irme a aquel lugar, nos llegó la noticia de que la casa la habían quemado, en un enfrentamiento entre los paramilitares y la milicia que hacía presencia en este barrio. Gracias a este nuevo hecho, y a la falta de más recursos para sostenernos en Medellín, nos tocó quedarnos en San Carlos como desplazados en el casco urbano.”
El sufrimiento que no cesa
“Los hechos de la escalera y de la muerte de mi hijo fueron denunciados en la personería y alcaldía del pueblo, la Fiscalía reconoció el hecho, la muerte de Rubén, pero de ahí en adelante no ha pasado nada más, nosotros no hemos recibido ninguna reparación, ni ninguna indemnización. En dos ocasiones recibimos la ayuda humanitaria como desplazados, pero nada más.”
“Mi esposa, un hijo de ella y yo aún vivimos con miedo, con temor, sobre todo ella, en una ocasión ya viviendo en el pueblo dos paramilitares la golpearon y amenazaron a dos hijas de ella, las tuvimos que sacar para Medellín porque las iban a matar, allá les tocó sufrir mucho, llegar de arrimadas y en los primeros años no pudieron ni estudiar ni trabajar por ser menores, con eso sufrimos todos.”
“Nosotros no hemos podido borrar de nuestra mente todos los combates y ataques que vivió San Carlos por aquellos años, me pongo a pensar en mi muchacho y la tristeza es profunda, la finca donde vivíamos nos tocó regalarla porque mi esposa prometió no volver allá, el hijo de ella que yo he ayudado a criar y que paso por estos hechos cuando tenía 7 años hoy es una persona agresiva, que se llena de rabia sin motivo aparente e incluso ha recurrido a las drogas, quedó traumado desde pequeño.”
“Solo espero a ver si el Estado nos repara o paga las víctimas y si nos brinda la ayuda psicológica o económica que me permita darle estudio a mi familia a mis hijos.”