Nos reconocemos como víctimas del Estado, como víctimas de la Policía Nacional. Si como ciudadanas designamos en el Estado la fuerza para respetar, proteger y garantizar los derechos, si sus entrenamientos y sus medios provienen de nuestra legitimidad y nuestros tributos, el que la Policía vulneren nuestros derechos, con esos medios y entrenamiento, uno y otra son nuestros victimarios y nosotras sus víctimas.
Y no se trata de destruir a la Policía, de satanizar a los policías o desestabilizar el orden institucional; esas son retóricas estigmatizantes de los mandos y gobernantes que se benefician de utilizarlos como herramientas de violencia para mantener sus intereses y privilegios. Se trata de salir a la calle, así, sin más, sin padecer hostigamientos y agresiones por ser mujeres, transexuales o transgénero. Poderse sentar en un parque a conversar tranquilamente, con o sin humo, sin que el motor de una motocicleta de alto cilindraje anuncie la llegada de la discriminación en nuestra contra por ser jóvenes, negros, indígenas o parecer pobres. De que la calle también sea lugar para el grito y la arenga, la reclamación de justicia y el reproche de la guerra y la corrupción de gobernantes y élites económicas que se enriquecen en nuestro nombre, con nuestro trabajo y nuestros impuestos; de que nuestra dignidad no sea su blanco por eso o por, precisamente, querer defender los derechos.
Y como víctimas, sabemos que los policías agresores nos tratan distinto por ser mujeres. Y nuestro sexo, nuestro género y nuestras acciones sociales y ciudadanas fueron objeto de su ejercicio de poder y de su ataque machista. Sabemos que las reivindicaciones por nuestros derechos y ejercicio político, contraría los mandatos patriarcales de relegarnos a los espacios privados y el cumplimiento de roles de género, que refuerzan su agresividad y las formas en que nos atacan, a manera de sanción por transgredir este mandato social. Y como sabemos todo eso, también lo resistimos y reivindicamos una vida libre de violencias.
A todas y a todos nos han producido dolor. Nos han hecho daño, algunos difíciles de superar y otros que son indelebles. Nos dio y nos da miedo, no es un asunto de cobardía nuestra, sino del terror que pretenden y logran con sus agresiones. Y la rabia es apenas justa cuando al símbolo de la protección lo convierten en forjadores de riesgo. Y nos estigmatizaron por ser sus víctimas, cuando la infamia provino de los agresores.
Ante todo eso, hoy nos juntamos, no en una reunión más, sino en el ejercicio necesario de hermanarnos en el dolor para afrontarlo. Solas, solos, en nuestros colectivos o familias, ya nos anunciábamos silenciosamente para resistir; conversamos, nos refugiamos en la espiritualidad para entender lo que nos pasó, nos empezamos a hacer preguntas y nos dimos algunas respuestas. Desde ahora, juntas, juntos, juntes, en solidaridad mutua y con otros colectivos y movimientos de víctimas de la Policía y del Estado, de Colombia y de otros lugares del mundo, nos anunciamos colectivamente para integrar lo que sentimos y lo que sabemos, para organizarnos y continuar adelante, en persistencia y resistencia por nuestras formas de ser y nuestros ideales.
Como víctimas de violaciones a los Derechos Humanos de parte de la Policía Nacional, reclamamos como propios el derecho a la Verdad, la Justicia, la Reparación y la No Repetición. Nos juntamos para reclamarlos y conquistarlos. Con la mente y con el corazón, pondremos nuestro empeño en que se asignen responsabilidades sobre quienes perpetraron las agresiones, pero no solo de quienes destruyeron nuestros cuerpos o nos privaron injustamente de la libertad, sino de quienes ordenaron esas acciones.
¡Crímenes de Estado Nunca Más!