La pérdida del hogar y de la patria, impuesta por las circunstancias vitales, elegida por el individuo o resultante de la combinación de ambos factores, es una ruptura sin parangón que altera la existencia de manera irreparable y que cambia por entero la perspectiva que el exiliado tiene de sí mismo, de su mundo y de su tiempo.
Hernando Valencia Villa, exprocurador de DD.HH., PGN, exiliado
El testimonio de este relato del exilio es de un exprocurador de derechos humanos que investigaba las responsabilidades en un caso de desaparición forzada, y muestra una realidad invisible, traumática y reveladora. Invisible porque no hay en Colombia un conocimiento en las instituciones ni en la memoria colectiva que recoja las experiencias de esta Colombia fuera de Colombia; traumática porque supone un profundo desgarro de los vínculos y del proyecto de vida, una violación de derechos humanos que aún necesita ser reconocida. Y reveladora porque constituye una muestra tanto de la desprotección y el olvido de las instituciones del país y de la sociedad como de la enorme capacidad de reconstrucción y lecciones de humanidad que habitan en los testimonios recogidos por la Comisión.
Dar la palabra al exilio es una forma de abrir un camino para que su experiencia sea reconocida, y la voz de sus protagonistas, escuchada y tenida en cuenta. El trabajo de las comisiones de la verdad respecto a la documentación del exilio ha sido muy limitado en el mundo. La Comisión de la Verdad de Colombia –creada tras la firma del Acuerdo de Paz con las FARC-EP en 2016– ha llevado a cabo un proceso de escucha, documentación y reconocimiento –tejido con la confianza de numerosas organizaciones y víctimas en 24 países– que muestra la situación de una población colombiana que quiere ser parte del esclarecimiento y la construcción de la verdad y cuyas experiencias hacen parte de una historia colectiva.
No se trata solo de responder a cuestiones fundamentales en relación con el exilio y el refugio – que han sido invisibles– y de dar cuenta de lo que les pasó a las personas que tuvieron que salir del país para defender sus vidas, sino también de responder al desafío que tiene Colombia hoy respecto a estas verdades que habitan fuera de las fronteras: ¿la sociedad colombiana y el Estado serán capaces de mirarse también en esta historia y de reconocerla? De igual forma, se trata de reflexionar sobre cómo el exilio no fue en vano: salvó vidas, familias, verdades.
Una población invisible
Las estadísticas oficiales de la Unidad de Víctimas señalan que solo a partir de 1985 y hasta 2021 hubo más de nueve millones de víctimas del conflicto armado interno; sin embargo, la mayoría de quienes tuvieron que huir del país a causa de la guerra no están incluidos en esta cifra. El exilio es invisible no solo por su alto subregistro, sino también por motivos estructurales, como el no
reconocimiento de estos hechos como una violación de derechos humanos; de ahí la desatención, desprotección y falta de acompañamiento con que se encontró la mayoría de las personas víctimas antes de salir del país para buscar protección internacional. Si bien en muchos casos las personas hicieron denuncias de lo vivido, estas no significaron mayor protección; por el contrario, en algunos casos se incrementó su situación de inseguridad. La estigmatización forma parte de esta invisibilización como también la impunidad que le asiste a estos casos, debido a la desconfianza que tuvieron la mayoría de las víctimas en las instituciones que brindan protección y que administran justicia.
Una cosa es clara: ninguna de las personas entrevistadas por la Comisión en otros países huyó porque quiso. El exilio fue casi siempre el último recurso después de otros hechos sucesivos de violencia sufridos, como desplazamientos forzados internos, amenazas, pérdida de seres queridos o atentados contra la vida. El exilio es una violación en sí misma que muestra el fracaso de las instituciones del Estado en su deber de dar protección a las víctimas, así como la responsabilidad de todos los actores armados en estas violaciones, que separan las vidas de las personas exiliadas en un antes y un después.
Tras salir del país, si bien muchos sintieron alivio por la mejoría de sus condiciones de seguridad o por haber podido dejar atrás el peligro, no pudieron evitar el profundo desgarro que en sus vidas significa dejar su casa y la familia; perder el trabajo y su estatus; huir, muchas veces solo con la ropa puesta o con algunas pocas cosas; cruzar caminos difíciles y peligrosos; correr el riesgo de que quienes los persiguen puedan localizarlos; obtener documentos o salir sin ellos; buscar o activar apoyos para tener un lugar al cual llegar o quedarse a dormir en una calle; cruzar una frontera sin saber qué habrá del otro lado; llegar a un país y empezarlo todo de nuevo, a veces desde los pedazos o, como muchas veces nos dijeron las víctimas, «desde las cenizas». La persona exiliada pierde su identidad, porque somos en un territorio, en una comunidad, en una familia, y cuando se tiene que dejar todo de forma intempestiva es necesario volver a comenzar. El exilio nos habla de la dignidad, de la necesidad de un reconocimiento que se basa no solo en la ciudadanía de un Estado determinado, sino en la posibilidad real de existir como ser humano.
En la voz y experiencia de las personas exiliadas, el exilio es un destierro, la vida sacada de su cauce natural y “una pequeña muerte en medio de tantas ajenidades”. En su tránsito predominan la precariedad y el miedo, la separación, la soledad y el intento de volver a casa, aunque sea mentalmente, al lado de las personas conocidas, de sus familiares y amigos. La inseguridad que se siente en esos arribos aumenta la ansiedad, dado que la vida de quienes se exiliaron queda en manos de otros –las autoridades de migración, por ejemplo– que pueden responder afirmativa o negativamente, y de ello también depende el lugar a donde son llevados o el grado de ayuda o protección que puedan recibir.
Adicionalmente, la mayor parte de quienes tuvieron que exiliarse sienten la culpa por haber sobrevivido o haber podido huir, mientras en Colombia existen imágenes distorsionadas de eso que se conoce como “exilios dorados” (pues se cree que salir les significó encontrar una situación mejor o asegurar una buena vida, cuando en realidad las víctimas perdieron afectos, estatus, propiedades y vínculos, y tuvieron que reconstruir sus proyectos de vida desde la nada).
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